Nos hemos quedado mirándonos, un poco incómodos, sin saber qué decir.
Yo tengo tantas preguntas que quiero hacerte y no me atrevo.
Vos tenés tanto miedo de que te las haga... Me calla el miedo de perderte.
Para ganar tiempo enciendo un cigarrillo, sonrío tontamente, hago un comentario estúpido.
Por debajo de nuestras voces, inaudible, hay un diálogo que no tiene nada que ver con lo que nos estamos diciendo.
¿Qué pasó en realidad? ¿Porqué nos hemos convertido de pronto en estos dos extraños acartonados con ganas de ponerse a llorar?
Y nos incomoda la mesa de por medio, las tazas de café, el mozo mirando, la gente.
Nos incomoda la ropa, la hora, el lugar, nuestras historias divergentes, el encuetro a destiempo... O por lo menos en un tiempo que todavía no se ha cumplido para que podamos estar juntos siempre.
Repentinamente recuerdo todos los consejos que me han dado con buena voluntad algunos amigos.
"No lo presiones", "Dale tiempo", "Esperá".
Esperar. Qué palabra tormentosa, sinónimo horrible de agonia.
Ya sé, es la enfermedad llamada costumbre.
Mirás la hora en tu reloj, disimuladamente, haciéndote el que se acomoda el puño de la camisa. No te atrevés a decirme que es tarde, que te están esperando en otro lugar, que hay que empezar de nuevo a cuidar los horarios... que no te puedo llamar por las noches antes de dormir, que debemos ser cautos, cuidadosos. Hipócritas.
No te animás a decírmelo, pero yo entiendo.
Pero, ¿porqué entiendo? ¿Porqué siempre tengo que entenderlo todo?
Nos ponemos de pie, nos despedimos. Y me asombra no ponerme a gritar, a golpearte con bronca. Me asombra no ponerme a llorar como desesperada para que me escucharas una vez más, para que volviéramos a intentar todo de nuevo, sabiendo que no va a funcionar. Me asombra mi silencio resignado. Y tu cara de no importarte nada, una vez más.
Otra vez, no pude decirte que lo estuve pensando, que hace ya muchas noches que no puedo dormir, que ya no sé como solucionarlo. Que no sabemos como arreglarlo.
Y habrá que volver, a ser uno más.
Ya basta de jazmines en los bolsillos, de cartas de amor escondidas en los cajones. Ya basta de bajar la ventanilla del coche para que yo te pregunte: "¿Me querés?" y vos me digas: "Siempre preguntando lo mismo. Sí que te quiero, tonta" Y me sonrías.
Me ayudaste, te ayudé. Nos usamos en el mejor sentido de la palabra.
Y de repente ogio mi voz, que habla, que te da las palabras que por dentro mío quiero decir, por su cuenta:
- No lo resisto más, se acabó.
- No, por favor. Necesito tiempo.
- Lo sé, y por eso me hago a un lado y te dejo tiempo. Todo el tiempo.
Dejás el café por la mitad, te levantás. Me aferro a la manga de tu camisa. No quiero soltarte, no puedo dejarte ir. No quiero perder así, todo lo que tengo.
Brillos en tus ojos. Y el brillo de una lágrima que no querés soltar, pero que está. Que cae, y desaparece en la comisura de tu boca. Y mi boca.
Mientras te veo ir, siento que me vacío por dentro. Siento otra vez, eso que tantas veces sentí.
Habré tenido una vez más, una historia para olvidar.
excelente! me encanta! es asi como se siente...
ResponderEliminarMuchas gracias!!
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