Quién sabe cuanto tiempo llevo pensando en él, desde aquel día en que lo vi y nunca lo olvidé, pero pensé que sería pasajero. Esas cosas nunca funcionan, nunca me salen bien a mi.
Y después, sorpresa. Vuelvo a encontrarmelo en cada lugar, en cada grupo, y descubro que tenemos la misma edad, que me mira y me sonríe. Es realmente atractivo.
Comenzar a salir juntos después de clases para ir a dar una vuelta en su auto, a tomar un helado en esos lugares que quedarán marcados para siempre, asistir a los ensayos de algún grupo en un sótano. Hasta que todo nos lleva a besarnos entre los sonidos y colores de un sábado por la tarde en un bar. Luego el viaje continúa, y el beso se convierte en una noche solos en casa con mis padres. Una casa demasiado grande para un amor quizá demasiado pequeño.
Él con una flor. Una sola, dice, porque así será especial. Un beso, uno sólo no. Otro. Y otro más, Manos que se entrelazan, ojos que se buscan y encuentran espacios y panoramas nuevos. Esa vez. Momento único. Que desearías que no acabase. Que fuese el inicio de todo.
Descubrirse vulnerables y frágiles, curiosos y dulces.
Una explosión. Al otro día: "Eres mía, estamos demasiado bien juntos, no me dejarás nunca. Te amo." Y después: "¿Dónde estabas? ¿Quién era ese? ¿Porqué no te quedas conmigo hoy, en vez de ir a bailar con tus amigas?"
Y comprendes que talvez amar es otra cosa. Es sentirse ligeros y libres. Es saber que no pretendes apropiarte del corazón del otro, que no es tuyo, que no te toca por contrato. Debes merecerlo cada día. Y se lo dices, se lo dices a él. Y eres conciente de que hay respuestas que quizá deberian cambiarse. Es preciso partir para volver a encontrar el camino.
Él me mira enfadado, de pie, ante la puerta de su casa. Y dice que no, que me equivoco, que somos felices juntos. Me toma las manos, con fuerza. Porque cuando alguien que quieres se te va, intentas detenerlo con las manos, y esperas poder atrapar así también su corazón. Pero no es así. El corazón tiene piernas que no ves.